Hoy pensé en como dios nos odia. Fuimos al cerro del fraile, siendo guiados por gus, un amigo de hidalgo. Al principio empezamos bien, sugirieron que tomáramos el camino que seguía un trecho que subia por el costado de la colina, y seguimos las señales por más de 2 horas.
Tiempo después (una hora más tarde) llegamos a una pequeña encruzijada: Seguir o regresar.
Entre todos decidimos seguir adelante, incluso tuvimos que despejar el camino con nuestras propias manos (todo por no traer machete), e incluso gustavo salió tan arañado, que se empezó a sentir mal a los pocos minutos.
Subimos y subimos, hasta que llegamos exhaustos a la cima, donde estaba ubicada una gran cruz metálica con grabado en griego. Lo único que podía minar nuestro orgullo era lo inevitable: la bajada.
Empezamos el descenso, pero nos topamos con el pequeño inconveniente de que perdimos el camino de vuelta, y tuvimos que bajar destruyendo árboles y evitando espinas cuesta abajo. Seguimos en el descenso, y se empezaron a desesperar gus y los demás, pero no nos podíamos dejar vencer por la desesperación y empezamos a destruir todo lo que nos estorbaba. Estábamos a punto de desfallecer, hasta que nos llegó la brisa fresca de la parrita (una fuente de agua) nos sentimos reanimados con la esperanza de llegar. Nos dimos más prisa en llegar a la fuente. Una vez ahí, nos sentimos realizados. Al fin pudimos llegar y volver, en una sola pieza (y rasguños).
Bueno, pues esto es todo por ahora. Hasta luego
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